COMITÉ OLÍMPICO COLOMBIANO - En resultados deportivos,
Martín Emilio Cochise Rodríguez ha sido superado por varios atletas, que han
alcanzado aquellas cimas a las cuales él no pudo llegar.
Pero es tan grande su imagen, que los parámetros con los
cuales se miden los resultados deportivos han quedado hechos trizas.
Simplemente, Cochise Rodríguez es el más recordado deportista colombiano de
todos los tiempos, algo así como Pelé, para quien pasarán muchos futbolistas,
quizá mejores que él, pero nunca será superado.
¿La razón? Tal vez… resultados, carisma, don de gentes,
simpatía, sencillez, carácter pionero y modelo durante toda la vida.
“Cochise fue capturado, pero la captura no fructificó. En un
pequeño descuido volvió a escaparse. La tropilla, comandada por el general
Oliver Howard, fracasó en su intento. El gran Cochise había tomado un tiempo
precioso y se perdió en la distancia.
“Era una mañana de sol canicular. La escuadra preparada y
capaz claudicó. No conocía las montañas, y el americano, nacido en ellas,
derrotó a sus persecutores.
“Aunque nunca se le pudo comprobar, Cochise había sido
acusado de secuestrar a un niño. Corría el año de 1861… Después de su fuga y
ante el fracaso de los soldados, se hizo fuerte en los montes Chiricahua,
cordillera ubicada al sureste del estado de Arizona.
“El guerrero apache
sembró el desconcierto entre los colonizadores y sus tropas. Al general Howard
no le quedó otro camino que firmar la paz con el gran indio Chiricahua en 1872.
Nacido en 1815, Cochise, desde muy pequeño, demostró su temple de luchador
incansable. Audaz y batallador, a veces sanguinario, escribió páginas gloriosas
en el legendario oeste norteamericano, donde murió dos años después de firmar
el tratado con las tropas azules”.
Esta fue la historia de la película Flecha Rota,
protagonizada por Jeff Chandeler, que a los diez años de edad vio Martín Emilio
Rodríguez, en la escuela Alfonso López, en Manrique, de Medellín, y quedó tan
impresionado por la valentía del protagonista, que les empezó a decir a sus
amigos que él se llamaba Cochise.
Con ese apodo recorrió el resto de la niñez que le quedaba,
atravesó la juventud, caminó en la edad adulta y lo sigue andando hoy, a los 72
años, tal como mantiene su alma de niño, de niño bueno, juguetón y bromista. Es
tal su obsesión por ese apodo, que oficialmente cambió su nombre por el de
Martín Emilio Cochise Rodríguez, según dice en su cédula de ciudadanía.
Voceador, vendedor de carbón, mensajero…
Martín Emilio Rodríguez nació el 14 de abril de 1942, en
Medellín. Fue el último hijo de Victoriano y Gertrudiz, después de Teresa,
Celina, Alicia, Carlos, Gabriel y Francisco Román. Fue el último, porque a los
11 días de nacido, su padre murió.
Comenzó para él y para sus hermanos, un calvario que lo
llevaría de tristeza en tristeza, de reto en reto, pero también de sueño en
sueño, ahora bajo la tutela de su hermano Francisco Román, dueño de un puesto
de verduras en la plaza de mercado, hasta llegar a forjar una personalidad
inquebrantable.
Martín pasó por oficios poco gratos para un niño, por la
obligación de ayudar a la supervivencia de la familia. Primero fue voceador de
prensa… luego, un fugaz estudiante de primaria, indisciplinado y disipado…
después, vendedor de carbón en una zorra de caballos… mandadero en un bar… y
mensajero en bicicleta, en una droguería, de donde pasó a una botica, en la
cual sus ingresos mejoraron.
“Debido a la precariedad en la que vivíamos en casa, éramos
una familia de estratos entre uno y dos, tuve que trabajar desde los catorce
años en una farmacia como mensajero y para desempeñar mi labor utilicé una
bicicleta rudimentaria, de quince pesos, que me prestó mi hermano. Con esa
bicicleta corrí mis primeras pruebas, pero después tuve otra un poco mejor,
cuando logré conseguir trabajo en otra farmacia. Esa bicicleta era la famosa
‘cachona’, sin cambios”, recuerda.
Delgado, locuaz, despierto y tímido a la vez, alto -1.80
metros esta estatura- y de buena presencia, el joven Cochise volaba por las
faldas de las laderas de Medellín, en una imaginaria competencia por llevar
rápido los pedidos, no tanto por eficiencia o por ejercitarse como deportista,
sino por las propinas que le mejoraban su flaco salario.
Un joven que monta todo el día en bicicleta tiene un 99 por
ciento de opción de convertirse en ciclista por obligación.
En efecto, en 1959 comenzó su carrera en las competencias
regionales, con una victoria en una prueba para turismeros, en el ascenso por
la Avenida de las Palmas.
Treinta años sobre una bicicleta
En 1960, en representación del Club Medio Fondo comenzó su
carrera, que en poco tiempo lo llevaría por los más importantes escenarios de
pistas y rutas del mundo.
Cochise fue estrella durante más de 20 años, en una época de
descubrimiento en el deporte colombiano, en la cual los títulos de vueltas a
Colombia, en lo nacional, y los de Juegos Bolivarianos, en lo internacional,
definían el ganador del Deportista del Año.
En su palmarés en carretera se recuerda que fue campeón de
cuatro vueltas a Colombia 1963, 1964, 1966 y 1967; de un Clásico Clásico RCN,
en 1963; de tres vueltas al Táchira, en Venezuela, en 1966, 1968 y 1971; de la
15ª etapa del Giro de Italia, entre Firenze y Forte dei Marni, en 1973, y de la
19ª, entre Baselga di Pine y Pordenone, en 1975, y en el Gran Premio Ciudad de
Camaiore.
Cochise, con Jorge Barman Hernández y Jaime Galeano.
En pista superó la marca mundial de la hora para aficionados,
en el velódromo Agustín Melgar, en Ciudad de México, el 7 de octubre de 1970,
al establecer 47.566,24 kilómetros; fue campeón del Mundo, en los 4.000 metros persecución individual, en
Varese, Italia, en 1971; campeón suramericano de los 4.000 metros persecución
individual, en Medellín, Colombia, en 1969; campeón de los 4.000 metros, en los
Juegos Panamericanos de 1967, en
Winnipeg, Canadá, y en 1971, en Cali; campeón de los Juegos Bolivarianos de
1965, 1967 y 1970; campeón de los Juegos Centroamericanos de 1962, 1966 y 1970;
además de ganador del prestigioso Trofeo Baracchi, en 1973, y del Gran Premio
Citta Di Verona, y consagrado como el mejor deportista del año en Colombia en
cuatro oportunidades, en 1967, 1968, 1970 y 1971.
El 11 de junio de 1971, contrajo matrimonio con María
Cristina Correa, con quien tendría tres hijos, Marcela, Juan Esteban y Daniel,
ninguno aficionado al ciclismo.
En la cima, el peor sinsabor
En 1970, Cochise Rodríguez era considerado uno de los
mejores corredores de 4.000 metros del mundo. Había sido 4º, 3º y 2º, en los
últimos mundiales. En 1970 superó la marca orbital de la hora aficionada, en
Ciudad de México, y en 1971 obtuvo su segunda medalla de oro en unos Juegos
Panamericanos, los de Cali Ese mismo año lo cerró con el título mundial de la
prueba, en Varesse, Italia.
Sólo le quedaba una meta, la más grande de todo deportista
de alta competencia: los Juegos Olímpicos Munich 72.
Tenía todo para pelear por el título. Sin embargo, una
campaña en su contra y la cacería de brujas emprendida por el Comité Olímpico
Internacional, en los estertores del amateurismo, lo dejaron por fuera de su
último sueño.
Tenía 31 años de edad y este inesperado suceso le cambió la
vida, porque lo empujó al profesionalismo, al ser vinculado como gregario al
equipo de marca italiano Bianchi-Campagnolo, que tenía como capo a Felice
Gimondi, uno de los grandes del mundo. Como primer ciclista colombiano que
corrió en el profesionalismo, de 1973 a 1975, y ganó siete etapas, en pruebas
como el Giro de Italia, Clásico de
Camoire y la Vuelta de la Región de Marches. Además, Cochise fue el primer
ciclista latinoamericano en participar en el Tour de Francia, en 1975.
Luego de su paso por el ciclismo profesional en Europa,
Cochise regresó a Colombia y siguió compitiendo en pruebas locales; aún se
recuerdan sus espectaculares triunfos en las primeras ediciones (1979, 1980)
del Caracol de Pista.
En 1983, el presidente Belisario Betancur lo nombró agregado
cultural en Italia.
Al terminar su prolífica carrera deportiva, nada tuvo sabor
amargo para Cochise, ni siquiera la traición que lo dejó por fuera de la opción
de ser medallista olímpico.
Nada cambió su manera de ver la vida.
Su don de gentes, su
talante de mamagallista, de buen conversador y de contador de chistes y su
enorme sencillez, le permiten hoy ser un hombre feliz y conservar la
inquebrantable juventud de los inmortales.