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El futuro de las ciudades inteligentes

foto: cortesía Andrés Felipe Castaño/Unimedios
Medellín fue declarada en el 2013 como la ciudad más innovadora del mundo por City Group y Wall Street Journal. 

Por: Fabio Zambrano,
profesor titular del Instituto de Estudios Urbanos - Universidad Nacional de Colombia

Las llamadas smart cities, que logran aplicar las nuevas tecnologías de las comunicaciones y ser ambientalmente sostenibles, también se preocupan por construir capital humano y mejorar las redes de comunicación entre sus habitantes. A ciudades como Medellín y Bogotá, les falta mucho camino por recorrer.

agenciadenoticias.unal - La revolución industrial, iniciada a finales del siglo XVIII, propició el desarrollo de la ciudad a niveles nunca vistos. La construcción de infraestructuras de servicios de agua, energía y transporte así como la edificación de rascacielos, gracias a los ascensores con los que se abolió la dictadura de los cinco pisos que existía desde Roma, impulsaron el crecimiento millonario de algunas urbes.
          La ciudad industrial, nueva categoría en la taxonomía urbana, se mantuvo vigente hasta finales del siglo XX, cuando la desindustrialización, que acompañó el surgimiento de las ciudades globales en los años 70, dio paso a las inteligentes.

De reciente aparición, este concepto se refiere a aquellas que aplican nuevas tecnologías de las comunicaciones (tic) –telefonías, redes informáticas y servicios de internet– para obtener mayor eficiencia en capital humano, inversión social e infraestructuras, con el fin de alcanzar una mejor calidad de vida y la sostenibilidad ambiental. Además, promueven la comunicación entre ciudadanos, empresas e instituciones.

La conectividad, día a día de mejor efectividad y velocidad, aparece como un medio para construir la ciudad inteligente, más allá de las últimas tecnologías usadas como instrumentos para su logro. El rápido avance de estas hace posible establecer observatorios digitales de la vida urbana, gracias al desarrollo de sensores de actividades citadinas.

Las ciencias sociales informáticas surgen como una opción para pesar, medir y cuantificar la sociabilidad humana, gracias a las huellas dejadas en internet y a las redes de telecomunicaciones. Los medios digitales transforman los modelos de relaciones ciudadanas, pero aún se está lejos de comprender el cambio social y las funciones que cumplen los medios de comunicación en ello.

Infraestructuras invisibles

De manera sorprendente, el surgimiento de infraestructuras invisibles permite más precisión al cuantificar las relaciones sociales. Así, se pueden registrar las huellas, pero no la dirección que seguirán las sociedades. Todavía nos falta discernir para dónde van las ciudades inteligentes y qué van a hacer sus urbanitas, cada vez más inteligentes.

A estas ciudades también se les llama sensibles, debido a la aplicación de sensores para monitorear el uso de las infraestructuras urbanas y lo que sucede en su entorno, con el fin de gestionar mejor los recursos.

El ahorro energético es uno de los propósitos de las ciudades en el futuro, relativamente fácil, en el sentido de que se trata de aplicaciones tecnológicas, la gran mayoría, desarrolladas por iniciativa privada, que buscan nuevos nichos de negocios y que se difunden rápidamente.

Esto no es igual de sencillo a orientar el cambio tecnológico al capital humano y social, dimensión que requiere de políticas públicas. La ciudad inteligente no solo aplica sensores a luminarias, desagües o a contadores de luz, sino que logra altos estándares de vida para sus ciudadanos.

Las infraestructuras inteligentes -todas invisibles- permiten un uso más eficiente de las visibles. En Estocolmo, por ejemplo, se ha creado un sistema de tráfico inteligente con la imposición de una tasa de congestión de hasta 20 coronas (1,9 euros) por el acceso al centro de la ciudad. Mediante tarjetas de radiofrecuencia y cámaras de video que registran las matrículas, los conductores que acceden al centro tienen dos semanas de plazo para pagar la tasa. Así, el tráfico disminuyó en un 20 % y se incrementó en 40.000 el número de pasajeros en el transporte público. Este sistema le generó 71 millones de euros al año a la ciudad en el 2009.

La telemetría, básica para esta tecnología (uno de sus orígenes se halla en los autos de Fórmula Uno), está para ser aplicada en botellas de refresco o para seguir la caducidad de algunos productos, pero para ese procedimiento se requiere de voluntad política, de manera que el problema no es tecnológico.

Motor transformador

El agente de cambio se encuentra en internet, el motor más poderoso de las transformaciones en la historia contemporánea. Si el teléfono requirió 50 años para llegar a tener 100 millones de usuarios, se calcula que a esta cifra llegó internet en siete años y que Facebook lo logró en dos, acompañado de una conectividad que viaja a crecientes velocidades.

Las ciudades son espacios donde se ejercitan acciones humanas básicas como las de conexión, interacción e intercambio entre los urbanitas.

Este prodigioso invento nos puede estar llevando a un cambio en la taxonomía utilizada para clasificar los estadios de la evolución urbana. En este sentido, es probable que la ciudad inteligente sea solo un vehículo que nos lleve a otra revolución industrial. Sin embargo, también se argumenta que estamos ante un proceso de innovación disruptiva, que transforma los inventos de la ciudad industrial, pero que aún dista de un cambio revolucionario de paradigmas urbanos.

Y nuestras ciudades, ¿qué tan lejos o cerca se encuentran de ser inteligentes? No es ninguna sorpresa que a la par del desarrollo de nuevas infraestructuras avance el surgimiento del marketing político, que emplea el concepto como una etiqueta que se pega a cualquier producto y pretende cambiar la realidad.

Este es el caso de Medellín, declarada en el 2013 como la ciudad más innovadora del mundo por City Group y Wall Street Journal. Esta distinción se basó en innovaciones aplicadas en movilidad, pero si se comparan estos avances en el transporte público con los resultados en las pruebas de evaluación de los estudiantes, lejos se está en la construcción de capital humano.

En la capital del país la situación no deja de ser lamentable. Mientras en las ciudades que se han ganado la etiqueta de inteligentes se han lanzado a la instalación de sensores como los aplicados en los semáforos para la mejor regulación de los flujos vehiculares, en Bogotá, luego de casi una década de esfuerzos fallidos, no se ha logrado concluir una licitación para cambiar los bombillos de estos aparatos.

De manera simultánea, se ha extendido la red invisible de 4G y en poco tiempo veremos transformaciones sustanciales en la forma de ejercer nuestras sociabilidades, pero sin políticas públicas que las acompañen para su aplicación en las infraestructuras.

Pronto tendremos el bache que surge de contar con el “internet de las cosas” y la notoria ausencia de la aplicación de estas innovaciones en la construcción de capital humano, que permita una mayor calidad de vida de los urbanitas bogotanos. De hecho, así fue nuestro paso por la etapa de la ciudad industrial, con profundos desbalances.

Recordemos la definición que Rousseau hacía de la ciudad: “Las casas hacen un caserío, pero los ciudadanos hacen una ciudad”. Poco obtendremos haciendo casas inteligentes si sus habitantes no lo son. Las ciudades inteligentes son las que piensan en el bienestar de sus ciudadanos y para ello usan las nuevas tecnologías.
 Edición: UN Periódico Impreso No. 184

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