Cuando el río Amazonas se va, también se va la memoria de los tikuna, yagua y cocama

La historia y vida de las comunidades indígenas del Amazonas está directamente ligada al río y al agua. Foto: archivo Unimedios.


agenciadenoticias.unal.- Según el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi), en los últimos 40 años el río ha modificado significativamente su trayectoria en varios sectores del trapecio amazónico. Uno de los casos más preocupantes es el de los lagos Yahuarcaca, un complejo de humedales fundamental para la biodiversidad y la pesca de subsistencia, donde se han registrado alteraciones hidrológicas que comprometen su equilibrio ecológico. La disminución en la conectividad con el río afecta la reproducción de peces, los ciclos de nutrientes y el acceso a agua limpia para las comunidades.


Las comunidades tikuna, yagua y cocama han alertado sobre la pérdida progresiva de playas, sitios de pesca y senderos de navegación. El río ya no entra con la misma fuerza a los brazos que abastecen los lagos, lo que se traduce en menos bocachicos, arawanas y doncellas, especies esenciales no solo en su dieta sino también en sus rituales y saberes ancestrales.

La pesca es uno de los aspectos más afectados por la sedimentación y el

desplazamiento del río hacia Perú.

Foto: archivo Unimedios.

Según el Censo Nacional de Población y Vivienda de 2018, en el departamento del Amazonas hay 13.419 personas identificadas como tikunas, 870 como indígenas yagua y 3.101 como cocamas. Además, el pueblo tikuna creció un 78,5 % frente al censo de 2005, lo que refleja no solo su expansión territorial, sino también su peso en la dinámica sociocultural del río Amazonas.

El profesor Carlos Zárate Botía, de la UNAL Sede Amazonia, recuerda que comunidades como los tikuna llegaron a las riberas del Amazonas colombiano tras un proceso de desplazamiento forzado en el siglo XX, impulsado por el esclavizante trabajo de las caucherías, especialmente las de la Casa Arana.

“Esa violencia histórica obligó a reconfigurar sus asentamientos, sus vínculos con el territorio y su cosmovisión. Por eso hoy el río no solo representa sustento físico, sino una memoria viva que guarda el rastro del desarraigo y de su resistencia cultural”.

“Además, en todas las cuencas amazónicas, juntando todos los países que la componen, viven millones de personas que están dentro de una política territorial en torno al agua”, explica el docente.

El retroceso del río afecta la pesca, el agua y el territorio

El profesor Santiago Duque, de la UNAL Sede Amazonia, lleva más de 35 años alertando sobre este problema y sobre la pérdida progresiva del afluente más importante del país. En varias oportunidades ha señalado que el sistema de Yahuarcaca —conectado al río Amazonas— ha sufrido una disminución de su conectividad hídrica y de su biodiversidad, lo que ha reducido la pesca, limitado el acceso al agua y afectado prácticas tradicionales.

Los rituales y ceremonias también se ven afectadas por la sequía de los ríos.

Foto: Luis Robayo / AFP.

El sistema Yahuarcaca, conformado por 21 lagos y lagunas, se alimenta hasta en un 80 % de aguas provenientes del Amazonas. Allí habitan 7 comunidades indígenas —más de 3.000 personas— y más de 455 especies de peces como el pirarucú, el pez zorro, el matacaimán o la cucha negra. Según la Guía ilustrada: Los peces de los lagos, la quebrada y los bosques inundables de Yahuarcaca, al menos 58 de estas especies son de consumo y pesca frecuente para los pobladores.

El consumo mensual de pescado en estas comunidades alcanza los 20 kilos por persona, una oferta vital de proteína que depende directamente de los lagos, el río y la dinámica del agua. Pero cuando el caudal se aleja, la capacidad productiva del sistema se reduce drásticamente.

El río también se convierte en un transporte para las comunidades, por

lo que cuando se seca pierden una forma de conectarse en el territorio.

Foto: Diana Manrique Horta, Unimedios.

Además, la pérdida del cauce principal deja a muchas comunidades expuestas a procesos de erosión, aislamiento y pérdida de soberanía territorial. En algunos sectores, el retroceso del río ha generado que terrenos antes navegables ahora sean reclamados por comunidades del lado peruano, lo que crea tensiones limítrofes e inseguridad jurídica para los pueblos indígenas del lado colombiano.

Un río que también sostiene la cultura, la ciudad y la vida

Para el profesor Juan Álvaro Echeverri, de la UNAL Sede Amazonia, uno de los puntos focales del problema es Leticia. La capital amazónica se ve directamente afectada por la acumulación de sedimentos y las sequías del río, lo que dificulta el funcionamiento del puerto y la recepción de alimentos. La isla de Santa Rosa, hoy en disputa territorial, se formó por sedimentación del Amazonas; en la primera mitad del siglo XX simplemente no existía.

Las alteraciones del río también interrumpen las ceremonias tradicionales de los pueblos indígenas, como las danzas y ofrendas que se realizan en ciertas fases lunares o épocas del agua. Estos rituales dependen del ritmo natural del Amazonas, que marca cuándo se siembra, se pesca o se honra a los espíritus del agua. Cuando los canales se secan o el cauce se desplaza, muchos sitios sagrados quedan inasequibles y los ciclos ceremoniales se rompen afectando la transmisión cultural entre generaciones.

El desplazamiento del río, de Colombia hacia Perú, afecta la vida diaria

de  los pobladores cercanos a Leticia.

Foto: archivo Unimedios.

Al desplazamiento del río se suman las sequías extremas que ha enfrentado el territorio. En 2024, según la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, el caudal del Amazonas se redujo hasta en un 90 % por la falta de lluvias, y trayectos que antes tomaban 15 minutos para llevar víveres a una comunidad se extendieron a casi 2 horas.

La situación exige una respuesta integral del Estado. Más allá de obras de mitigación, se requiere una política pública que reconozca el valor espiritual, cultural y ecológico del río Amazonas y sus brazos secundarios. Escuchar a los sabedores indígenas, registrar sus conocimientos y adaptar las estrategias de conservación a sus formas de vida puede ser la única forma de frenar esta pérdida silenciosa pero devastadora.

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