razonpublica.com. - Escrito por Mario Morales.- Las amenazas y anuncios criminales que hoy circulan en los medios digitales demuestran la eficacia de la red, la complejidad y -los peligros- de controlarla y el desconcierto de las autoridades colombianas a la hora de enfrentar este fenómeno.
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Los “hechos”
razonpublica.com. - Escrito por Mario Morales.- El “ciberambiente” se está
calentando. Desde julio de 2015 se ha venido registrando una
ola creciente de amenazas criminales y anuncios alarmistas a
través de correos electrónicos, servicios de mensajería y
redes sociales.
La
estrategia es muy sencilla: echar a andar un rumor que se convierte
en vox
populi,
en medio de un caldo de cultivo propicio: la falta de confianza en el
proceso de paz, la cercanía de las elecciones, la altisonancia de
ciertos líderes políticos y la incapacidad de las autoridades para
dar con los autores de estos rumores.
Hubo
quienes aprendieron esta lógica en la sombra, por fuera de la ley, y
hubo quienes, de este lado, la ignoraron y no se prepararon para su
recurrencia. Y al terminar marzo y comenzar abril de este año el
fenómeno se recrudeció de manera muy notable. Otra vez había un
entorno embravecido, voces agresivas y fanatismo insuflado en medio
del llamado a un paro multipropósito: contra el gobierno, contra la
paz, contra la guerrilla, contra la situación económica.
Pero
esta vez hubo un ingrediente adicional. Al lado de las amenazas
anónimas que utilizaron las mismas tres autopistas electrónicas
(redes sociales, mensajería y correos electrónicos) aparecieron
marcas de agrupaciones criminales, como el llamado “clan Úsuga”,
enviando panfletos digitales que se multiplicaron y amedrentaron a
los pobladores de cuatro departamentos, especialmente a
transportadores y comerciantes.
- Amenazas de bombas y de quema de autobuses y coincidencias de apagones, como en Cartagena, hicieron el resto de la trama sicológica que generó zozobra y, por ende, la propagación “viral” de esos mensajes en todo tipo de dispositivos, desde Córdoba hasta el Urabá antioqueño.
- Voces coloquiales, que oscilaban entre lo casual, la soberbia o la jerga del bajo mundo, hablaron al oído de los ciudadanos, en aplicaciones de mensajería víaWhatsapp, en tono consejero o amedrentador, como se dio con la invocación del ‘plan pistola’ en Barranquilla.
- También se colaron estos mensajes en grupos de Whatsapp de periodistas, como en Sucre, multiplicando el efecto; o hablaron de niños víctimas en San Onofre, La Mojana y en Sampués.
- La ansiedad aumentó cuando se habló de bombas en la Universidad de Córdoba e incluso de muertes que llegaron a ser comentadas por personalidades también por vía digital.
- Igualmente, hubo amenazas de bombas en Medellín que aumentaron la tensión luego del asesinato de 6 policías.
- Además se propagaron versiones sobre el día sin carro en la capital antioqueña como una medida preventiva por una amenaza terrorista, así como amenazas a líderes sociales que defienden víctimas en Norte de Santander.
Una rara lógica
Es preocupante tanto el aumento de amenazas por internet como la respuesta de las autoridades competentes.
Foto: Ministerio
TIC Colombia
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Como
si estuvieran de acuerdo (¿lo estaban?) las reacciones de las
autoridades civiles y de policía coincidieron en cada una de las
situaciones mencionadas.
Las redes sociales y las aplicaciones de mensajería están reforzando su seguridad.
El primer parte que generó aún más desconcierto fue el de declarar las amenazas como falsas. Este fue un error semántico que contradecía la lógica de las audiencias: ¿cómo podían ser falsas si estaban en su aplicación de mensajería con el número celular privado y en los muros de sus redes sociales? Una cosa es desmentir un presunto hecho que no ha ocurrido y otra muy distinta negar una amenaza que cumple el objetivo de atemorizar y anunciar algo grave que puede suceder.- Las directivas policiales en Barranquilla insistían, por ejemplo, en que los panfletos digitales no eran “auténticos”, lo que llevó la discusión no al eventual suceso que anunciaban sino a la autoría de las amenazas.
- Este terreno de ambigüedad fue amplificado por el gobierno nacional que ofrecía 50 millones de pesos como recompensa por información que revelara la identidad de los autores.
- Por su parte, el gobernador de Antioquia, increíblemente, insistía en tener confianza en la investigación para detectar el origen pues supuestamente esos panfletos digitales dejan huella detectable.
- Expertos de organismos de seguridad llegaron a decir, en esos momentos de alta tensión, que los mensajes no eran serios porque no eran estructurados como los del Estado Islámico. Una rara lógica.
- Igual de rara fue la lógica del ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, que como solución pidió que las redes sociales tuvieran algún filtro para los delincuentes. Esta fue una propuesta polémica, en un terreno colindante con la censura, que acabó por desviar la atención de los líderes de opinión.
- En tono aún más contraproducente para el momento de zozobra, el ministro graduó a las redes sociales como armas de guerra.
Unos
y otros, incluyendo a los medios de comunicación, responsabilizaron
a los ciudadanos por creer y por redistribuir las amenazas, a
internet por facilitar la expedita conectividad global y a los
legisladores por no haber expedido normas apropiadas para controlar
los contenidos.
Sicología del rumor
La
situación anterior se ajusta con exactitud a lo que dice la teoría
del rumor, como hace ya 70 años fue propuesta por Gordon
Allport y Leo Postman en
su clásica Psicología
del Rumor: los
rumores prosperan cuando abunda la ansiedad y sobre todo cuando
ofrecen explicaciones creíbles sobre situaciones inciertas o
desconocidas que producen temor.
Según
estos autores, los ciudadanos simplifican, añaden a conveniencia y
asimilan esos rumores en directa proporción con el ambiente
preexistente. Y si a la zozobra de la amenaza le sigue la ambigüedad
de las autoridades, queda pavimentada la autopista de la
(des)información que da lugar al terrorismo.
Este
no es un problema nacional, por supuesto. Según estudios de la
Universidad de Haifa, hace 18 años existían en el mundo doce sitios
web relacionados con terrorismo y hoy existen más de diez mil
que aprovechan la libertad de internet para convertirlo en un espacio
de propaganda, de consecución de fondos y de reclutamiento de
adeptos a sus causas.
La situación se ajusta con exactitud a lo que dice la teoría del rumor.
¿Qué hacer?
El Director Ejecutivo de Apple Inc. Tim Cook. Foto: Markus Spiering |
La
primera idea es ubicar la IP, o punto de origen donde nace el delito
informático. Conocer esta fuente tarda meses una vez se haga la
solicitud al proveedor, habitualmente ubicado fuera del país. Es
más: ese tipo de actividades se lleva a cabo desde conexiones
públicas, desde cuentas que mueren una vez se emite el mensaje, que
se triangulan con varias IP o que utilizan la indetectable y casi
infinita deep
webo
red profunda, acerca de la cual no sabemos casi nada.
¿La
solución es entonces monitorear? ¿Bloquear? ¿Regular? ¿Recortar
los derechos digitales? ¿Vigilar? ¿Educar? ¿Prevenir? Uno de los
dilemas en boga por estos días es si los proveedores y empresas
digitales deben entregar información de sus usuarios a autoridades y
gobiernos. Por ejemplo:
- el vicepresidente latinoamericano de Facebook en Brasil fue detenido porque se negó a revelar mensajes de un usuario en Whatsapp.
- por su parte, Apple parece no haber cedido a las pretensiones del FBI de desbloquear un teléfono celular de un victimario en la masacre de San Bernardino, California, que para lograrlo tuvo que recurrir a un hacker.
- Y en México parece prosperar una medida para que empresas digitales den información de sus usuarios así como su geolocalización.
Al
mismo tiempo, las redes sociales y las aplicaciones de mensajería
están reforzando su seguridad, como acaba de hacerlo Whatsapp para
blindar las conversaciones. Las plataformas de mensajería permiten
crear grupos de hasta dos centenares de usuarios con doble capa de
encriptación.
¿Hay
que bloquear entonces? Un estudio de la universidad George Washington
señala que las cuentas bloqueadas se pueden reciclar rápidamente
con otros nombres. Según Naciones Unidas, Facebook, cada semana,
bloquea un millón de mensajes por sospecha de cercanía al
terrorismo. Y Youtube ha eliminado, por las mismas razones, 14
millones de videos.
¿Regular,
acaso? Esta es la idea facilista y peligrosa que ronda en la mente de
nuestros dirigentes. Pero regular los contenidos del ciberespacio es
sinónimo de recortar los derechos digitales que son la esencia misma
de la red, la razón de su crecimiento y la aceptación que suscita.
Espiar, así parezca unido a nobles razonamientos, es el camino del
atajo cuando reina la impotencia. Ceder en unas libertades para
proteger otras es una contradicción que abre un boquete para las
injusticias, el control y la censura.
Semejante
desafío amerita una solución integral que va desde la prevención
con educación hasta la capacitación multidisciplinaria de las
autoridades para enfrentar este tipo de fenómenos. Esta permanente
actualización requiere creatividad y conocimiento profundo de las
funcionalidades de la red, pero sobre todo de su filosofía.
Necesitamos
una alfabetización especial de las audiencias para saber cómo
reaccionar ante las contingencias. Se requiera además el apoyo
legislativo y judicial, ya que estos delitos son muy difíciles de
probar y no conducen a la cárcel sino en uno de cada diez
casos. Semejante impunidad es aún más grave si tenemos en cuenta
que una de cada tres amenazas se consuma.
Como
se ve, hay mucho por hacer. Enfrentar el terrorismo digital va más
allá de la reacción improvisada buscando culpables que
distraigan o confundan a la opinión pública.
Internet
es el nuevo pharmakon,
ese término que designaba aquello que era al tiempo el remedio, el
veneno y la víctima. Pero de allí a creer que la red, sus
aplicaciones o sus usuarios son corresponsables y que por ello hay
que limitar sus libertades no solo es injusto y contraproducente sino
una muestra de ignorancia e impotencia.
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Magíster en estudios literarios, periodista y analista de medios,
dirige la Especialización en Televisión de la Universidad Javeriana
y el campo de periodismo, ha sido columnista de El Tiempo,
Semana.com, Radiosucesos RCN y actualmente de El Espectador.
www.mariomorales.info