A su avanzada edad, que prefiere no desvelar, llegó hasta San Vicente del Caguán, el lugar donde las FARC se concentraron entre 1998 y 2002, durante los diálogos con el Gobierno de entonces. Allí hizo una escala tras centenares de kilómetros y buscó una alternativa para llegar a los Llanos del Yarí. "Vine a San Vicente y allí me pregunté, ¿cómo llego?", reconoce a efe. Ocho horas pasó en una carretera selvática sin pavimento, un tiempo eterno para ella y para los periodistas, mucho más jóvenes, que la acompañaban.
Ese era solo el inicio. Se confiesa abrumada cuando tuvo que internarse en uno de los campamentos más grandes que ha tenido las FARC en su historia, en el que casi un millar de guerrilleros duermen, festejan la paz y debaten, pero al fin lo encontró.
Todos los muertos del conflicto tienen dolientes
"Vine a buscarlo porque hace años que no lo veía y tenía que venir a verlo, a buscar", dice mientras se abraza con Willington, vestido de riguroso verde guerrillero. "Han sido cuatro años de sufrimiento, es lo más amargo de la vida para uno, como madre sufre mucho", agrega emocionada la mujer que ya no puede despegarse de su hijo. En ese tiempo le angustiaba especialmente cuando en la televisión escuchaba algún reporte del conflicto armado en el que informaban que habían fallecido guerrilleros.
Judith no sabía si su hijo estaba acampado en el Yarí, pero apostó todo a una intuición materna que se cumplió con creces. La sorpresa fue mayúscula cuando junto a Willington se encontró con la nueva pareja de este, Verónica, una mujer a la que conoció en las FARC. "Me vine solo y en la guerrilla encontré a mi novia", dice el hijo mientras se abraza con las dos mujeres de su vida. Después de seis años en las FARC se encontró con la sorpresa de volver a ver a su madre antes de dejar las armas, lo que le ha devuelto parte de su ilusión.
Los guerrilleros "tenemos sentimientos y soñamos con ser alguien en la vida, estar afuera significa mucho para nuestros padres y para nosotros también", subraya Verónica, que lleva siete años sin ver a su madre. La nueva suegra irrumpe con fuerza en la conversación: "La paz debería haber llegado hace muchos años". Siente pesar y lamenta que haya muerto tanta gente, "soldados y guerrilleros, muchas madres han llorado a sus hijos como yo he llorado a los míos", dice, haciendo buena la frase de que la guerra no tiene rostro de mujer.
JOV (efe,dpa)