Alicia, es una mujer Emberá Chamí de Risaralda. Colocó su puesto sobre la Carrera 7ª de Bogotá, frente al Museo Nacional. Me contó que su hija teje. Alicia no tiene un puesto permanente, entre otras cosas porque no siempre tiene mercancía y porque no vive en la capital. Ella permanece en su comunidad, y viaja de allí a Bogotá cuando las tejedoras han completado una cantidad suficiente de producto que justifique el viaje. Su espera para acumular suficientes artesanías puede significar meses y hasta un año. La señal de partida es “Ya hay lo que necesitamos”
En Bogotá se queda exponiendo su producto y vendiendo hasta que “termine las existencias”. Entonces retorna a la comunidad. La señal de partida es “Se acabó”
Alicia no habla fácilmente el español, se comunica más en su idioma. De todas maneras, al pedirle autorización para la foto, y para escribir algo sobre ella y su venta, lo dudó y preguntó algo inquieta “¿Para qué?” “¿Eso para qué?”. Le traté de explicar que estaba con un equipo intentando conocer más del trabajo de las personas que ofrecen sus productos en lugares públicos como las calles; agregué que posiblemente mostraríamos las fotos y lo que escribiéramos a más personas, solo si nos autorizaba. Ella aprobó la foto, y dijo que estaba bien que escribiéramos
Los colibríes están entre las piezas más buscadas. Entonces los tenía en precios que oscilaban entre 35.000 y 50.000 pesos colombianos. También ofrecía ciertas piezas para la muñeca, por 10.000 pesos. Me mostró obras que pueden demorarse una semana o más en la fabricación.
“¿Alguien les ayuda? ¿organizaciones, gobierno…? “¡No!”
La venta de calle en esos espacios tan transitados por gente con prisa, tiene un ritmo lento; presencié cuando ella estaba instalando el puesto, la acompañaba otra persona de la comunidad, eran las 8:00am conversamos con frases cortas y tomé fotos, luego, ese mismo día, regresé a las 11:30 y me quedé un rato allí observando hasta mediodía; se habían completado más de 3 horas y Alicia no había vendido ni una pieza fuera de la que yo estaba comprando. ¿Qué hacían los caminantes en el mismo andén?
Ciertos transeúntes seguían su camino, sin mirar la muestra, otros, sin detenerse, daban un rápido vistazo a la bella exposición y a su vendedora, eran más los que no paraban, pero sí, algunos se detenían, miraban las piezas e incluso había quienes se agachaban y las revisaban con cuidado hasta acariciándolas; hay quienes preguntaban precios y al escucharlos seguían de largo.
A un joven adulto, que empezó mirando cada cosa con detalle, y luego tomó en sus manos una pieza, para entonces preguntar su precio y que no compró, le pregunté sobre su apreciación. “Muy bello todo”, dijo, y agregó: “Estoy seguro de que su valor está muy por encima de lo que pide. Puedo apostar que le dedican mucho más tiempo del que pensamos, de tan acostumbrados al trabajo de máquinas, pero… lamentablemente, a mí no me da el bolsillo”.
Esta persona, en unas pocas palabras, brindó una lección.
Las preguntas guardadas para próximas oportunidades no dejan de aflorar: ¿Las personas que se van del puesto de venta, volverán a comprar luego? (Pienso en ese adulto joven) ¿Cómo asegurar que así sea? ¿Cómo será el perfil de los que sí compran? ¿Habrá horas más favorables para la venta? ¿El hecho de mostrar las artesanías en el piso, limita a cierto tipo de compradores potenciales, por su condición física o por sus sensaciones de status? ¿Acaso será cuestión de presentarlas / promoverlas, de ciertas (otras) maneras? ¿Cuál es una forma realista para superar la dificultad con el idioma español? ¿Cómo destacar ante la gente de la ciudad, que un gran valor de esas artesanías, es su realización a mano, su integración en la cultura, aún a pesar de que ya ciertas materias primas tradicionales no son las que se usan? ¿Cómo integrar un relato profundizador a la venta? … (usted agregue)
El clima en Bogotá es muy variable. Empiezan a caer gotas de lluvia, y rápidamente las vendedoras y vendedores han de cubrir los tejidos sobre todo “porque pueden embarrarse” Y ante mi pregunta viene la respuesta: “… pero el agua sí que la resisten estas artesanías. “Una puede bañarse con los collares puestos … y no se dañan”.
Me despedí y me fui de allí … Luego volví un par de veces.