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William Mauricio
Beltrán*
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razonpublica-William Mauricio Beltrán*.- El movimiento evangélico y pentecostal viene ejerciendo una enorme influencia en la política y se ha convertido en un electorado muy apetecible. Uribe, Ordóñez y Morales se disputan estos votos, pero sus posibilidades son hoy bastante distintas.
La “agenda moral”
En el contexto
de la política local colombiana, de la victoria del “No” en el Plebiscito y,
particularmente, del aporte que hicieron a este resultado las comunidades
evangélicas y pentecostales (“los cristianos”, como equívocamente los registra
la prensa), se pueden extraer algunas conclusiones que ayudarían a comprender
las estrategias políticas que se desplegarán con miras a los comicios del
próximo año.
Tal vez la más
importante de estas conclusiones es el poder que tiene “la agenda moral” para
aglutinar al electorado evangélico y pentecostal (en adelante, lo denominaremos
evangélico). Los dos pilares más importantes de esta “agenda” son la oposición
al reconocimiento de los derechos de la comunidad LGBTI y su rechazo de toda
iniciativa que permita despenalizar el aborto – lo cual incluye una actitud
negativa frente a las sentencias de la Corte Constitucional que se han ocupado
de estos asuntos-.
La apropiación
de esta agenda moral es una estrategia política que ha otorgado éxitos
recientes en América Latina (al respecto se puede seguir, por ejemplo, la
trayectoria política de Marcelo Crivella en Brasil), ya que ella no solo logra
aglutinar a las numerosas corrientes evangélicas y pentecostales, sino que ha
dado lugar a lo que Spadaro
y Figueroa han denominado un ecumenismo fundamentalista e integrista.
En otras
palabras, esta agenda ha puesto en un mismo lado y convertido en aliados a
antiguos y enconados rivales, los evangélicos fundamentalistas y los católicos
integristas, gracias a que unos y otros consideran que el reconocimiento de los
derechos de la comunidad LGBTI entraña una forma de decadencia social e implica
el riesgo de una “epidemia”: la “homosexualización” de las nuevas generaciones.
Captura de una fuerza dispersa
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Alejandro Ordóñez, candidato presidencial
-Foto: Procuraduría General de la Nación |
Aglutinar al
electorado evangélico no es una tarea fácil, ya que este movimiento se
caracteriza por su fragmentación y por la rivalidad de sus líderes en cuanto a
lo religioso y lo político.
En el frente
religioso, las diversas organizaciones evangélicas compiten por atraer nuevos
fieles. En el frente político, algunas de estas organizaciones (especialmente
las más ricas y multitudinarias) compiten por trasformar la lealtad de sus
fieles en votos y, por esta vía, en poder político.
En la medida en
que este movimiento religioso sigue siendo el de más rápido crecimiento en
Colombia, seducir a sus miembros para lograr su apoyo en las urnas se ha
convertido en una tarea que debe considerar cualquiera que aspire a un cargo de
elección popular.
Los dos pilares de esta “agenda” son la oposición al reconocimiento de los derechos LGBTI y su rechazo de despenalizar el aborto
Es una escena
recurrente ver a políticos profesionales desfilar por las multitudinarias
congregaciones evangélicas en periodos de campaña electoral. Para atraer el
voto evangélico, los políticos recurren con frecuencia a promesas y
transacciones clientelistas que se concretan entre los candidatos y los líderes
de las organizaciones evangélicas con apuestas o intereses en el campo de la
política electoral, transacciones que ocasionalmente son registradas por la
prensa.
Así mismo, todo
candidato que incluya en su programa político la promoción de los derechos de
las minorías sexuales debe también incluir en sus cálculos electorales la
oposición que enfrentará por este sector de la población.
Ordóñez, Morales y Uribe tras el botín
evangélico